El mosquito kafkiano

Estaba en el baño y me disponía a coger el bote de crema para la cara. Allí, posado, había un mosquito, un díptero genérico sin identificar. Me tenso y aproximo, lo justo para ver si tiene probóscide. No tiene; bien, no chupa sangre. Me relajo.

Muevo la mano hacia él, con un movimiento brusco, con la intención de espantarle. Nada. No surge efecto, allí seguía, proclamándose dueño y señor del susodicho bote.

Con cara de circunstancia, cojo el bote, me lo acerco a la cara y comienzo a observarle. Curiosamente, él hace lo mismo. Se gira levemente, me planta cara y me observa.

Acerco un dedo, por la izquierda, casi a punto de tocarle. Él retrocede unos pasos, pero sigue sin echar a volar. Alejo la mano, y sigo observando. Él también. Esto comienza a parecerse a un duelo de miradas de películas del oeste. Tiene la desfachatez de atusarse las alas con las patas traseras, parece tranquilo, mientras que yo sigo con el ceño fruncido, desconcertada. ¿Le mato, no le mato?...No me gustan los mosquitos.

Dejo el bote en el lavabo y sigo haciendo mis cosas, echando de vez en cuando un vistazo por el rabillo del ojo. Allí sigue, un buen rato, hasta que, finalmente, echa a volar. Cuando me voy del baño, pienso fugazmente; ja, le he perdonado la vida, soy un depredador superior:

Metalia 1 – Mosquito 0

Pero, al cabo de un rato, me doy cuenta de la verdad. Él se ha marcado un órdago a la grande, ejecutando una estrategia de supervivencia un tanto arriesgada, pero eficaz: noquear al enemigo con una acción que no se espera. He picado el anzuelo.

Metalia 0 – Mosquito 1