Apolo era bello, atlético y guerrero; uno de los más importantes y multifacéticos dioses olímpicos. Personificación del Sol, la razón y la profecía; también era dios de la medicina, la música y la poesía.
Dafne, cuyo nombre significa "laurel" en griego, era una ninfa de los árboles, hija del dios-río Peneo de Tesalia.
Un día, Eros (Cupido), irritado por las bromas de Apolo sobre su puntería, le disparó una flecha de oro para que se enamorase de Dafne; mientras que a ella, le dirigió una flecha de plomo para que le rechazara.
Apolo la persiguió locamente; y ella, acorralada y sin escapatoria, pidió ayuda a su padre Peneo. Apenas había concluido su súplica, cuando su suave piel empezó a recubrirse de corteza, sus largos cabellos se conviertieron en hojas, sus brazos en ramas y sus pies en retorcidas raíces.
Apolo abraza tristemente el árbol y, entre lágrimas, declara que ese árbol será consagrado a su culto. Desde entonces, la corona de laurel es la recompensa de poetas, artistas y guerreros.
El año pasado, tuve la oportunidad de ver en persona una de mis esculturas favoritas, Apolo y Dafne de Bernini, expuesta en la Galería Borghese (Roma).