Tan profundo fue el zarpazo, que la loba perdió apetito y peso, y permaneció quieta en su cubil un par de meses, un tanto desorientada y pensativa.
Durante este tiempo, hembras de su manada cuidaron de ella, trayendo sabrosos conejos, apaciguando gruñidos y consolando llantos.
Hasta que un día, unos rayos de sol se abrieron paso a través de la boca de la guarida y una leve brisa trajo consigo una mariposa que se posó en su hocico, y ella salió y descubrió que Primavera y Verano habían llegado, y que la herida se había tornado cicatriz.
Sintió el irrefrenable deseo de aullar sin razón alguna, retozar, cazar sus propias presas, y sobre todo, sondear nuevos territorios y sensaciones.
Retomó buenas relaciones con algunos miembros con los que había tenido ciertos roces y encontronazos; apartó de su lado muchas de las cosas que absorbían su tiempo y energía sin dar nada a cambio, y asentó el contacto con nuevos ejemplares con los que compartir objetivos vitales.
Así fue como, no solo sobrevivió a ese Invierno, sino que salió fortalecida, más viva y dinámica que nunca, con las ideas más claras y haciendo realidad todo aquello que está en su mano y que siempre había dejado a un lado.
Si bien no sabemos que nos deparará el futuro, el presente hace ya que se tornó absolutamente delicioso para explorar...
2 comentarios:
bonita metáfora ^^
(porque lo es...¿verdad?)
de todas formas, me ha parecido bonito ^^
Bonita historia,que nos toca a todos.
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