Este fin de semana recibí uno, como improvisado regalo para animarme ante un día digno de olvidar.
Una dulce sorpresa que siempre me recuerda a mi profesora de gimnasia rítmica del colegio. Ella solía premiar cada semana con un huevo Kinder aquellos ejercicios y/o figuras complejas que conseguías hacer por primera vez. No deja de ser un simple sistema de estímulo-respuesta, pero nunca olvidaré ese primer huevo recibido, así como mi única medalla "de oro" conseguida en un deporte.
Recordar esa ilusión, que va más allá de un trozo de chocolate, plástico y metal, no tiene precio.
PD: La sorpresa del interior era un dragón rojo.
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