-Joder, me he quedado dormida- pensé.
Me levanté apresuradamente del sofá, recordé que era viernes y me había cogido el día libre. Estaba a oscuras, pero la tenue luz de las farolas dejaba entrever las siluetas de todos los elementos del salón. El reloj del DVD marcaba las 20:39.
Todavía un poco desorientada, no sabía si todo había sido una pesadilla o sí, por el contrario, había vuelto a la cruda realidad que estábamos afrontando. Miré la puerta del trastero, cerrada, tal y como la había dejado antes de echarme “5 minutos”. Recordé lo que había dentro y supe que no estaba soñando.
Llevaban caminando entre nosotros algo más de un año, si bien habían salido a la luz pública hacía tan solo un par de meses, coincidiendo con el nacimiento de los primeros
bebés mestizos; el detonante de todo, los bebés. Ellos no tenían el camuflaje de los adultos, no podían aparentar el aspecto humano y esto había sido una conmoción para toda la sociedad. Ya no había duda, no solo existían, sino que además se estaban reproduciendo y habría más.
Me dirigí a la nevera, bordeando la mesa alargada que servía de ficticia separación entre la cocina y el salón. La cocina americana era lo único que no me gustaba de mi apartamento, pero había que reconocer que el alquiler era barato y lo mejor de todo, no tenía que compartirlo con nadie.
No es que tuviera mucha hambre; mi estómago estaba un poco revuelto a raíz de ver la última foto que había revelado, pero algo tendría que comer, así que abrí el frigorífico; no había mucho que asaltar. Pronto tendría que salir al mercado de abajo y esa idea me revolvió la tripa un poco más.
Todavía no sabíamos mucho. La prensa no se esforzó mucho en buscarles un nombre elaborado. Simplemente les llamaron:
monstruos.
Mientras los restos de la pizza recalentada daban vueltas en el microondas, me encaminé hacia el trastero. Literalmente esa habitación se había ganado a pulso ese nombre, porque hacía las veces de despensa, cuarto de estudio, ordenador y plancha; y en general, acumulador de trastos varios. Además, desde hacía relativamente poco tiempo, también era cuarto de fotografía. Encendí la luz roja; no me apetecía ver la brillante luz blanca. Y allí estaban, colgadas, las dos fotografías.
La primera la había sacado de manera fortuita el sábado anterior, cuando me desperté y asomé la cabeza por la ventana que daba al patio interior. Estaba nublado y amenazaba tormenta, pero aún así, el Sr. Berkley, el casero, regaba las plantas de la zona común y me dije: -Una escena costumbrista, ¡voy a por la cámara!- . Disparé y pensé -Además, se la puedo regalar por su cumpleaños, a final de mes-.
La segunda era una de las muchas que había disparado esa misma tarde, desde la ventana, al azar, cuando la calle estaba concurrida de gente que salía y entraba del mercado, con sus bolsas y paraguas.
Si el pulso se me había acelerado esta mañana, cuando el líquido revelador mostró la figura de un monstruo y no al amable y paciente Sr. Berkley; casi me da un ataque cardíaco al comprobar mi teoría con la segunda instantánea: donde se suponía que mis ojos habían visto solo humanos, ahora había uno de ellos entre la muchedumbre. Por un motivo que aún desconocía, las
fotografías mostraban su verdadera esencia.
Todavía no podía creer que nadie hubiera dicho algo al respecto. Estaba segura de que decenas de fotógrafos profesionales y amateurs de todo el mundo ya lo habrían averiguado días antes que yo, semanas incluso, pero ¿porqué no se decía nada en los medios de comunicación sobre esto?. Hasta ahora, solo habían mostrado ilustraciones, bocetos en 3D e instantáneas de los bebés, pero ninguna foto de un ejemplar adulto. Mi abdomen dio otra vuelta más, aunque esta vez era ansiedad.
Me senté otra vez en el sofá y apreté el mando a distancia. Puse los informativos del Canal Ö y empecé a darle mordiscos a la pizza. Esperaba que dieran datos nuevos, y no se dedicaran a volver a poner un resumen de lo que ya sabíamos. Los medios estaban esta semana más sensacionalistas de lo habitual, cosa comprensible porque el goteo de información había sido más incesante en los últimos días.
Tampoco es que se estuviera acabando el mundo, la mayoría de la gente seguía yendo a sus trabajos. Todo el sistema económico-financiero seguía más o menos intacto; los gobiernos habían prestado mucho cuidado para que no se desplomara, pero sí se había resentido bastante. Había mucha incertidumbre; se seguían sacando grandes cantidades de efectivo, por si acaso…Al fin y al cabo, no todos los días descubres que los monstruos sí existen.
Por cierto, no me he presentado, me llamo
Mía. Mañana voy a ir las oficinas del Canal Ö, les enseñaré las fotos, pero de camino iré a comprarme una
Polaroid. Ahora me voy a dormir. Ojalá mañana al despertar, todo esto haya sido, tan solo, un mal sueño.