Escrito por
Ángela Becerra (20-12-2006,
diarioadn.com)
Ahora hace un año todo se aguantaba por un hilo. Sus lenguas, antes capaces de bailar unidas entre salivas hambrientas, ahora sólo se movían para el reproche. Sus ojos, los mismos que trenzaron futuros indestructibles entre miradas silenciosas, ahora se evitaban. Para sus cuerpos, la cama había perdido cualquier otro sentido que no fuera el de dormir con la rabia reclamando más rabia.
Me vino a ver y se me sinceró. Estaba en el momento del gran salto al vacío, en el que las emociones razonadas empujan, mientras el halo de algún recuerdo bello deja un último resquicio a la esperanza.
“No se merece nada pero, aunque sea lo último, algo tendré que regalarle”, me dijo.
No salió a comprar. Nos quedamos en casa y le ayudé a escribir una carta.
“Sabes que posiblemente esta sea nuestra última Navidad juntos.Te pensaba regalar un abrigo, pero he cambiado de idea. Con esta carta te doy todo el tiempo que necesites para que me confieses, con respeto, lo que de mí te molesta y, también, lo que te gustaría tener y que jamás dijiste. Además, te regalo una hora diaria para acompañarte, tratar de comprenderte, y analizar juntos lo que nos unió y lo que hoy nos separa. Te regalo mi último tiempo, el que dejé de tener para abrazarte, el que dejamos de tener para construir…¿Estamos a tiempo?”
Hace un mes los vi. Estaban
radiantes.
A todos los que les queda un punto de calor para
reencontrarse,¡felices fiestas!